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Cuando Nos Sobran Méritos, Pero Nos Falta Reconocimiento

Te propongo un reto: Piensa en uno o varios de los mejores cocineros del mundo… ¿Lo tienes?; Ahora piensa en alguno de los mejores científicos de la historia… ¿Ya?; Muy bien, ahora piensa en el primer nombre de traumatólogo de prestigio que se te venga a la cabeza… Seguro que ya lo tienes. Venga, y ya para terminar, como este es un blog de fisioterapia, piensa en algún fisioterapeuta conocido. ¿Listo?

Muy bien, ahora dime: De todos los nombres que se te han venido a la cabeza, ¿alguno es de mujer? A que no. No te preocupes, seguro que como a tí les ha pasado a la mayoría de personas que han leído esta entrada. La culpa no es tuya; la culpa es de Google porque si pones en el buscador “Top 10 de cocineros del mundo” no sale ni una mujer. Si buscas  “Los 2o científicos más famosos de la historia”  al menos mencionan a una: Marie Curie (seguramente la única que se nos ha venido a la cabeza a la mayoría) y si buscas algún ranking de traumatólogos o fisioterapeutas, más de lo mismo, ni una fémina.

Cuando era pequeña, mis padres me criaron en un ambiente de absoluta igualdad de género, nunca me condicionaron ni con la ropa (siempre odié las faldas y vestidos, me resultaba realmente incómodos), ni con los juegos ni juguetes (tuve la colección entera de micromachines, me pasaba el día jugando al fútbol y alternaba jugar a las mamás, a las barbies o los barriguitas con los playmobil o los Pinypon) y sobretodo y lo más importante, me transmitieron la idea de que siempre podría hacer lo  que me propusiera, que ningún niño, por el simple hecho de ser varón, sería necesariamente ni más fuerte ni más listo que yo.

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Y así me crié, feliz, con el autoestima por las nubes, ganando a todos los niños de mi clase a pulsos, sintiéndome poderosa y sabiendo que siempre podría hacer lo que me propusiera. Ser mujer nunca sería una barrera para mí, eso era cosa de la época de nuestras abuelas y de países subdesarrollados.

Hasta que un día, tendría yo unos 10 años, quise federarme en el equipo de fútbol del pueblo y me dijeron que no podía. Y ahí quedó la cosa, me resigne a ir a entrenar, que eso sí me dejaban e iba a animar a mis compañeros a los partidos.

Después fui creciendo y empecé a darme cuenta de que físicamente ya no podía con mis compañeros; ya no me valoraban tanto por como jugaba al fútbol, y empecé a intuir la presión social de que para ser aceptada, tenías que ser guapa. Me sentí presa de mi físico. Y entonces, empecé a dejar de sentirme poderosa y dejé de tener tan claro que podría hacer lo que me propusiera.

Pasó la adolescencia y poco a poco fuí siendo aún más consciente del roll al que estamos sometidas las mujeres, ese roll que se basa fundamentalmente en nuestra apariencia física. Si quieres encajar tanto en el grupo de ellas como en el de ellos, tienes que ser guapa, flaca y estar a la moda.

Esto último puede resultar normal (que no bueno) a esas edades, y cada uno a su manera la sobrelleva como mejor le sale.

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Pero el mayor encontronazo con la realidad del machismo lo llevé durante y después de mis estudios universitarios.

La falta de reconocimiento profesional que existía hacia las mujeres científicas era inconmensurable por no decir insultante. Escuchábamos hablar de médicos de reconocido prestigio tanto a nivel mundial como estatal, rara vez se mencionaba a alguna mujer y cuando se hacía normalmente iba acompañada del nombre de su marido. Y es que, hoy en día, 10 años después, sólo se siguen escuchando nombres masculinos cuando se habla de profesionales de prestigio. Y yo me pregunto, ¿Cómo puede ser que de una carrera universitaria como es fisioterapia o medicina, dónde el mayor porcentaje de alumnos son mujeres, sólo salen profesionales “brillantes” del sexo masculino? Una de dos: O es que la mayoría de nosotras “somos tontas” o es que los pocos que se declinan por estas profesiones son unos “lumbreras”…

Os pongo un ejemplo: Lista de ponentes en las I jornadas de fisioterapia “Salud y Deporte” que organizó el colegio de fisioterapeutas del principado de asturias 2015; “11” ponentes, “0” Mujeres. ¿Me vais a decir que no hay ni una mujer fisioterapeuta con experiencia y prestigio en toda España que tuviera cosas interesantes que aportar a aquellas jornadas?

Por supuesto, con esta entrada no quiero desprestigiar a ningún hombre, porque estoy segura que hay muchos y muy buenos, pero coincidiréis conmigo en que es cuanto menos sospechoso que sea tan difícil encontrar a una mujer entre el selecto club de la “élite sanitaria”. No quiero decir que la reputación de los compañeros sea injustificada, pero quizás la confianza que se les ha brindado para alcanzar sus metas haya facilitado su camino al éxito y al reconocimiento público en comparación con el de cualquiera de nosotras.

Y es que, las mujeres seguimos bajo a ese techo de cristal que no nos deja crecer porque, por mucho que empujemos desde abajo, la propia sociedad (hombres y mujeres) cargan su peso sobre él impidiéndonos  sobrepasarlo.

Cuando acabé la carrera, Diego y yo, decidimos emprender un proyecto en común, abrir juntos la clínica. Llevamos codo con codo casi 10 años. Los dos a la vez, los dos juntos, pero si supierais la cantidad veces que se dirigieron a él como “mi jefe” por el simple hecho de ser hombre, o si os contara la de personas que han pedido cita y, sin conocernos a ninguno de nosotros, han solicitado ser atendidos exclusivamente por un hombre…

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Así que, compañeras, nos toca seguir educando a la sociedad para que entiendan que cualquier mujer puede ser igual o mejor que cualquier hombre en su mismo puesto de trabajo. Y recordad, que aunque nos quieran hacer creer que el machismo está en vías de extinción, mientras se necesite seguir celebrando el 8 de Marzo será que sigue habiendo desigualdad laboral tanto a nivel salarial como de reconocimiento profesional; será que sigue habiendo mujeres maltratadas o asesinadas a manos de sus parejas; será que sigue habiendo mujeres violadas acusadas de haber provocado a su agresor con su aspecto o su actitud, será que seguimos aguantando piropos (o insultos) desagradables por la calle, será que tenemos que seguir dando explicaciones a nuestras hijas e hijos para que sepan que pueden jugar a lo que les apetezca y que no hay juguetes para niños o para niñas, porque los juguetes son para jugar con las manos y la imaginación, no con los órganos genitales… Porque cuando todo esto cambie de verdad ya no necesitaremos un 8 de Marzo; entonces y sólo entonces esta guerra estará ganada.

Silvia Pezón González

Fisioterapeuta, empresaria y madre de 2 futuras “grandes mujeres”

“Los hombres de calidad respetan la igualdad de las mujeres”